Xabier Añúa, maestro de vida
Xabier Añúa se ha ganado en el baloncesto el calificativo de maestro de valores, pero si recorremos el conjunto de su trayectoria bien se puede decir que, además, es un maestro de la vida. Sólo por sus casi 87 años, se le reconocen conocimiento y experiencia, pero además si sumamos otros atributos, como su educación y humildad, estamos ante un hombre que se hace querer.
Es de esas personas que lucha por la amistad con uñas y dientes, haciendo suya la frase que dice que “los amigos son un tesoro”. Afirma que en esta edad es primordial no perder la amistad, “porque se pierde lo principal”. Con una mente lúcida, advierte de la importancia de cultivarla, sabiendo debatir, aceptando que a veces el interlocutor puede tener razón, valorando sobre todo a la persona. Cree que la buena gente es mayoría. “Seremos rivales si la ideología es perversa”, afirma.
¿Y cómo se enfrenta al paso de los años? Él dice que sólo le da miedo “perder la cabeza, porque entonces no vale la pena seguir, tú ya no disfrutas y tu entorno sufre terriblemente”. No tiene miedo a la muerte, pero puestos a elegir querría no enterarse, “que se apague la luz sin más”, dice. Recuerda, además de a los allegados, a amigas como Esperanza Molina, con la que compartió debates en Radio Vitoria, en los que siempre sabían ponerse de acuerdo. Una persona a la que lloró mucho y a la que siempre echa de menos.

Vive la vejez adaptándose, considerando que en esa adecuación a los cambios está la armonía. Ha aprendido a comer mejor, y ahora tiene que emprender un nuevo camino sin su bicicleta, tras una caída en que se fracturó el hombro antes de la pandemia. Es consciente de que sus largos recorridos por el trazado del Vasco-Navarro no volverán, pero asumirá nuevos retos para seguir en forma.
Xabier Añúa, que ha compatibilizado su profesión como abogado con el deporte de la canasta, prefiere ver siempre el vaso medio lleno. De hecho, cuando hace unos cuantos años decidió embarcarse en la aventura de tener una cuenta en Twitter donde hablar de baloncesto, fueron muchos los que trataron de desanimarle. Pero él se mantuvo en la idea y hoy está orgulloso del ambiente amable que se respira entre sus contactos. Esa obsesión por defender los valores, que afirma que su madre supo inculcarle, le ha llevado en la actualidad a embarcarse con el que fuera su pupilo, Aíto García Reneses, en una fundación para expandir el baloncesto formativo.
Participa en un proyecto del entrenador del futuro con un estudio de inteligencia artificial aplicada, y sostiene la idea de que la principal liga europea de baloncesto profesional, la ACB, mantiene un sistema caduco. Plantea una nueva fórmula, por invitación, que ofrezca una garantía de cuatro o cinco años para hacer equipo. No tiene miedo a los cambios. Se lanza a la renovación del baloncesto porque entiende que es absurdo no progresar al ritmo que marca la vida.
Y de su vida hay mucho que hablar. Del futbol pasó al baloncesto, y de jugador hasta ser ayudante de entrenador del equipo de la selección española junior en 1964. Dos años después, recaló en la sociedad deportiva KAS con la que llegó a primera división y a disputar la final de la Copa del Generalísimo, celebrada por primera vez en Vitoria contra el Real Madrid. Después, se desplazó a Nueva York para continuar su formación junto a los Knicks. Allí contactó con Johnny Mathis, el jugador americano que había conocido en Gasteiz. “Me dieron todo, y cuando preguntaba sorprendido por qué me enseñaban, me decían que así, si yo aprendía, ellos tendrían la obligación de mejorar más para ganarme”. Esta filosofía le fascinó.
Xabier Añua fue nombrado entrenador del FC Barcelona en 1968, donde impulsó el fichaje de Aíto García Reneses, con quien le une una gran amistad. Allí vivió algunos de los momentos más bonitos del baloncesto. En el año 1971 se inauguró el actual Palau Blaugrana con un partido frente al Real Madrid, al que vencieron.

Y la ciudad condal, cambió todo. Cuando conoció a la intérprete contratada para comunicarse con el pivot, Norman Carmichael, su vida dio un giro de 180 grados. Invitó a aquella profesional francesa al mejor restaurante de Barcelona, donde tuvo lugar la anécdota más cómica que ha vivido. Xabier lo cuenta al detalle reviviendo la escena con todo el cariño. “Quedamos para cenar y Maite llegó deslumbrante con un vestido rojo”. Pero el encuentro fue de lo más accidentado. Como narra su protagonista, el ‘canard à l’orange´, que pidió para cenar, acabó sobre su acompañante. “El desastre no quedó ahí, porque pedí al camarero polvos de talco como me habían enseñado y acabé por fastidiarlo más. No sé cómo quiso volver a quedar conmigo”, revive con una carcajada. Maite es desde entonces su compañera de vida, con la que tienen un hijo y dos nietos.
De 1973 a 1976 dirigió el banquillo del conjunto francés Olympique de Antibes, y en 1984 decidió volver por una temporada, con Baskonia, entonces patrocinada por la Caja de Álava. Habla de Pablo Laso, al que le une una gran amistad y que para él es, sin duda, “el mejor entrenador de Europa”. También residió durante algunas temporadas en Venezuela, Colombia y Chile, donde impartió cursos de entrenador, e incluso tuvo la oportunidad de conocer al presidente Salvador Allende.
El vitoriano ha sido distinguido, hace cinco años con la medalla de oro de la Asociación Española de Entrenadores de Baloncesto. Enamorado del jazz, recibió la Makila de Honor de la asociación Jazzargia por su labor en los años 50, cuando condujo un programa de radio junto a Luis Abaitua. Y, entre sus aficiones, además de la música, también está conocer mundo. Xabier ha recorrido, junto a Maite, una buena parte de la geografía americana, recalando tras la jubilación largas temporadas en Buenos Aires.
Es un hombre feliz, a pesar de los difíciles momentos por los que ha atravesado en la vida, que mira al futuro de cara y trata de adaptarse a las circunstancias con optimismo. Xabier Añúa es una persona abierta y tolerante, orgullosa de vivir en una ciudad donde “lo social funciona, una ciudad que se ha hecho gracias a la inmigración que llegó en los años sesenta”, concluye.