Dora Gálvez relata en un libro la discriminación y el maltrato por ser calva

Nunca imaginó que la vida le iba a cambiar tanto y que un día tendría que escribir una publicación para reivindicarse. Pero así ha sido. “Las calvas existimos. La historia de una mujer calva y el sexismo por los pelos del siglo XXI” es el título de su libro, una historia que ha contado por necesidad, para expresar cómo “nos trata la sociedad por sufrir alopecia, cómo intenta anularnos y nos señala con el dedo”.
Dora Gálvez vio hace unos años en su pelo, rojo y alborotado, que comenzaban aparecer pequeñas calvas. Tras su embarazo, el cabello fue desapareciendo, junto a sus cejas y pestañas.
Muchas personas le aconsejaron que llevara peluca, que su hija pequeña podría traumatizarse con esa nueva imagen. Así comenzó un suplicio que le llevó al diagnóstico de la enfermedad autoinmune que padece, una “alopecia areata”. “El tema de mujeres y calvicie también es muy desconocido. Los tratamientos están indicados para la calvicie masculina. A mí me llegaron a mandar un medicamento que frenaba la caída del cabello, pero que era para la próstata, y que está contraindicado en mujeres”, señala.
Continuas miradas que culpabilizan e insultos que le duelen y atraviesan. Ese es su día a día a día, escuchando a su paso “brutalidades”, como ella misma expresa con serenidad. Y se pregunta el porqué. ¿Sólo por carecer de pelo y no querer ocultar su condición de mujer calva? Dora Gálvez se compara con los hombres que padecen su mismo problema y comprueba con tristeza que las reacciones de la gente en la calle son diametralmente opuestas, ya que los hombres no son escrutados e insultados por su calvicie.
La autora de “Las calvas existimos”, que nació en Écija (Sevilla) y reside en Vitoria, no tenía referentes a los que mirar. Se sentía sola, parecía que a nadie le había ocurrido esto, “que era la única calva del mundo”. Y la sociedad le pedía que escondiera su calvicie con una peluca. Sufrió. Confiesa que Incluso alguno de sus allegados le amenazó con no salir a la calle con ella si no tapaba su calvicie. “En una entrevista de trabajo me llegaron a pedir si podía ponerme una peluca para trabajar, cuando yo veía hombres calvos trabajando, y no pasaba nada. En otra ocasión, un fotógrafo me contactó para hacerme unas fotos para visibilizar el cáncer, le dije que no tenía cáncer y que si quería podía hacerme fotos cotidianas, que era su especialidad. Me dijo que él solo fotografiaba gente normal”, relata.
Le hirieron, pero también comprobó que su hija le quería tal y como era, y nunca jamás se ha vuelto a tapar la calva. Desde entonces, junto a su pequeña, realizar todos los días “el ritual de colocarse las cejas, nos vestimos juntas y nos vamos a la calle”. Y ha conseguido que mujeres de todas partes del mundo le hayan escrito e incluso que hayan decidido salir a la calle tal y como son para sentirse libres.